"En la otra orilla" - Literatura
Yo pensé que iba a ser más terrible. Nos reprimieron y nos maltrataron sin razones como si fuéramos bolsas de trigo o algo así. Igual sé que valió la pena y más allá de todos los compañeros que perdimos, ganamos; ganamos el éxito y el triunfo y se lo debimos a aquellos que dieron su vida por la revolución. Y es a ellos a los que agradezco todos los días. Porque nos liberamos de esos malditos opresores que no nos dejaban vivir como nuestro país necesitaba.
Me acuerdo todavía, cada vez que ese detestable dictador comenzaba a hablar haciendo salir de su sucia boca falacias y desilusiones. Yo me ponía loco, verde, pero Ernesto me calmaba diciéndome que lo vea bien, porque iba a ser una de las últimas veces que iba a estar ese ‘flaco’ ahí (él siempre con sus modismos graciosos).
Nos empezamos a reunir, él, yo y algunos más, todos los jueves a las 10:15 de la noche, cada vez éramos más y con convicciones más fuertes. Entre tragos y cartas, algunas bromas y algo de música nos comenzamos a fortalecer cada vez más, y pasando un poco la mitad de ese año decidimos intervenir en ese odioso régimen de nuestro amado estado. Así que nos juntamos y temprano en la mañana irrumpimos en el parlamento.
No alcanzó. Fallamos, pero eso nos fortaleció. Ya sabíamos que éramos muy pocos, pero las ideas eran muy fuertes y no podíamos esperar a reunir más hombres. No triunfamos, pero les hicimos entender que como eso no fue suficiente, íbamos a ir por más.
Fuimos reunidos en un galpón abandonado, lleno de esos súbditos armados que tenía ese asesino de Nación. A algunos ni siquiera les dieron la posibilidad de explicarse; fueron 14 los primeros que recibieron la orden de formarse en una hilera, y así como estaban, dieron sus espaldas a las balas que pretendían terminar con la 1º revolución (literalmente, les tirotearon por la espalda). Otros pusieron sus cuerpos a las horribles torturas peleando hasta el final por la tan ansiada liberación.
Quedamos pocos que no fuimos vencidos, y como nos creían peligrosos nos mandaron a esa cárcel. Siempre pensé que nos iban a dejar en ayunas y que iban a hacer lo imposible para denigrarnos. Pero nosotros no íbamos a dejarnos vencer a pesar de que estábamos débiles, porque todavía nos quedaba mucho por hacer, todavía le debíamos nuestra vida a Cuba, y no pensábamos decaer. Si bien en la penitenciaría no se pasaba un buen rato, podíamos conocer más afines a nuestros planes. Nos levantábamos cada mañana y nos obligaban a ejercitar, a veces ayudábamos a construir un anexo de las duchas, o simplemente charlábamos con los muchachos.
No recuerdo cuándo fue con precisión ni por qué, pero después de varios días de tensión en esa cárcel, vino un soldado a decirnos con un tono prepotente: “apróntense rápido, hay orden de retirarlos de aquí en 5 minutos”. Tratamos de resistirnos pero fue en vano, así que solo nos tuvimos que preocupar por mantenernos juntos. Nos taparon los ojos y la boca, nos escuchábamos los pasos y eso era lo único que nos mantenía en un estado de tranquilidad que ni siquiera nosotros podíamos creerlo. Al terminar la travesía en algo que sonaba a jeep había ruido de agua, así que al menos yo, pensé que nos iban a arrojar a los tiburones y que ese iba a ser mi final.
Recé todo el viaje y aunque no creía en eso, algún encanto divino nos tendió la mano para que nos pudiéramos sujetar del codo. Nos dejaron en la costa mexicana.
Y aquí estoy, mirando en dirección a Cuba, sentado sobre la arena, que no es la arena blanca que tanto extraño, pero tampoco dista demasiado, al menos puedo recordar mi patria. Y aquí, donde estoy sentado escribiendo y fumando, es que dejo constancia de mi vivir y de mis ideas; porque si yo no puedo, otros podrán.
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